La historia del otro Apache, Darío Coronel, el amigo de Tevez

En el Fuerte todavía hablan de un pibe que, dicen, era mejor que Tevez.

Desde su estreno en Netflix el pasado 15 de agosto, la serie que refleja la vida del astro Carlos Tévez desde su niñez hasta su debut en Boca, se ha ganado el centro de la opinión pública. Dentro de las historias más destacadas emerge el protagonismo de Danilo (El uruguayo), quién interpreta al amigo de Carlos Tévez, que en la vida real se llamó Dario Coronel, «El guacho Cabañas» como lo apodaban en el barrio Ejército de Los Andes (Fuerte Apache).

FUENTE: REVISTA UN CAÑO

Es de noche y la  persecución es en Ciudadela. La Bonaerense sabe del morocho que se les viene escapando otra vez, lo tiene junado, lo busca hace un tiempo largo.

El guacho Cabañas corre. Escucha el ruido de las sirenas y se desespera porque sabe que lo que se viene no es una detención, no es un tiroteo, no es un instituto de menores. Es venganza. Es vida o es muerte. O lo hace él o se lo hacen ellos. O se liquida solo o se regala para que lo liquiden ellos.

El guacho Cabañas se llamaba, en realidad, Darío Coronel, y su apodo se debía a su parentesco físico con Roberto Cabañas, aquel paraguayo delantero de Boca. Era morocho, robusto y tenía cara de malo.

Le falta una cuadra para llegar a Fuerte Apache, y ahí zafa, en los monoblocks no lo atrapan. Corre hasta el Aguas Argentinas de la calle Besares y frena; ayuda a sus compañeros a saltar las paredes y se da vuelta. Es el último, queda solo, rodeado de patrulleros. No tiene salida y no lo duda: se lleva la pistola a la cabeza y se pega un tiro. En el barrio siempre decía que antes de que la policía matara a un chorro prefería matarse él mismo.

ue en 2001. El pibe que se mató para que no lo matara la policía tenía 17 años. Desde ese día, cada vez que Carlos Tevez festeja un gol, señala el cielo en memoria del que fue uno de sus mejores amigos. Cabañas era, además, un pedazo de jugador. En el barrio nadie discute que pintaba mejor que el Apache.

El guacho Cabañas se llamaba, en realidad, Darío Coronel, y su apodo se debía a su parentesco físico con Roberto Cabañas, aquel paraguayo delantero de Boca. Era morocho, robusto y tenía cara de malo. En baby fútbol jugó en All Boys, Santa Clara y Villa Real, siempre con Carlitos, en la categoría 84. En cancha grande lo hizo en Vélez y Argentinos. Empezó atajando, y al tiempito pasó a jugar de cinco.

LOS QUE QUEDARON

Cabañas vivía, como Tevez, en el Nudo 1. Ahí abajo paraban los Backstreet Boys, esos pibes que robaban y se vestían con ropa ancha, bien suelta, y se ponían cadenas de oro hasta en el ombligo. Sin el fútbol, Cabañas se empezó a juntar más con ellos. Y a vestirse como ellos. Y a robar como ellos. Uno los teclea en Google y aparece que una vez tirotearon la comisaría todos juntos para vengar la muerte de su líder, y que solían viajar a Córdoba y a Tucumán para robar bancos.

Marcelo también es morocho y anda por los treinta; tiene los labios gruesos como un basquetbolista de la NBA. Recuerda la imagen de ellos, los pibes grandes, planeando un robo, fumando marihuana, y a Cabañas yéndose con el bolsito a entrenar. Marcelo no es más Backstreet ni vive en los monoblocks ni roba desde que le mataron al hermano. Es de los pocos que quedan en la calle. Hubo muertos en enfrentamientos con la Bonaerense y con los del monoblock 14, casos de ruleta rusa, ahorcados… Unos cuantos están presos con condenas para sentarse a mirar varios mundiales adentro.

Murieron los pibes grandes y quedaron ellos, los guachos. Y quedaron los fierros. Cabañas era un pibe bueno al que le gustó el primer robo, después se profesionalizó y dejó el fútbol. Tenía la mentalidad, la fabulación que le habían transmitido los grandes. Comenzó a drogarse con Poxiran y prefería ser como esos pibes antes que cualquier otra cosa.

Tanto impactó la historia del guacho Cabañas que F.A, el grupo de rap del barrio, le escribió una canción. Se llama Cuando un amigo se va. Y dice así: “Siempre me decías que ningún policía/ te quitaría la vida/ siempre en tu rostro convivía una sonrisa/ pero con picardía/ porque en todo momento sabías lo que hacías/ recuerdo a tu hermano recibiendo la noticia/ guacho Cabañas se ha quitado la vida/ terminaron las buenas jugadas/ sólo nos has dejado/ una lluvia de balas/ cuando un amigo se va/ tu corazón va a guardar/ esos recuerdos que en el alma/ para siempre van a quedar”.

 EL CRACK REBELDE

Carlitos Pérez es de Floresta. Estaba en Ezeiza y lo trasladaron a Esquel, a la Unidad 14. Lleva tres años preso, y fue el cinco de la 84 de All Boys, el encargado de darles los pases a Cabañas y a Tevez. En cancha de once jugó en Vélez con Cabañas, y en Boca con Tevez.

-Entre ellos estaba todo mal -dice Pérez, vía telefónica, desde la penitenciaría-, en la cancha se vivían puteando. Pasa que Cabañas siempre salía goleador y Tevez se quería matar, le tenía una re-envidia. Tevez se hacía el mandón en el vestuario y él le respondía: “No me jodás. Vos jugá, que yo hago la mía”. Cabañas me defendía cuando Tevez me decía que nunca se la pasaba. Era el mejor y hacía más goles, por eso prefería pasársela a él.

Carlitos Pérez comenta que, en un torneo jugado en Córdoba, ganaron la final con dos goles de Cabañas y uno suyo. Y que a Cabañas le dieron un trofeo por mejor jugador del campeonato. Y por goleador. Y agrega, riéndose, como si por un segundo se olvidara que está en cana bien lejos, que esa tarde Tevez no podía más de bronca. Cabañas después se fue, estuvo perdido unas horas en Córdoba. Era porque no lo dejaban meterse en la pileta, y a él lo enfureció que habiendo sido el más destacado se lo prohibieran. Porque las únicas piletas en Fuerte Apache eran las de la cocina.

Pino Hernández trabaja en las inferiores del club Villa Real y de Vélez. Fue el que, después de verlos jugar en baby, los llevó a una prueba en Vélez: Cabañas quedó, Tevez no. Tenían once años.

-En cancha grande jugaba de ocho -recuerda Hernández-, quedó libre en la octava, a los quince años, y realmente era un buen proyecto de jugador. Pintaba muy bien para Primera. No sólo jugaba bien con la pelota en los pies, sino que era muy luchador, metía mucho. Era titular indiscutido.

Lo buscaron de Boca y River, pero él prefirió Vélez porque decía que era el club que más jugadores sacaba de inferiores. Lo bancaron, lo iban a buscar al barrio cuando faltaba y él se escondía. Le perdonaron muchas. Hasta que se robó un bolso. Y ahí no quiso volver ni quisieron que volviera. Se habían cansado.

La cancha del Nudo 2 es de césped sintético. Está rodeada de alambres y gradas para sentarse a mirar. Hay luces. De noche se alquila y con eso se les compra botines e indumentaria a los pibes más necesitados. Didí es el coordinador general. Cuenta que ya le pidió autorización a la familia y se la dieron: quiere hacer, en la esquina, pegado al córner, un nichito que recuerde a Cabañas.

Fue su técnico en Santa Clara, y recuerda que él les planteó a los chicos que Cabañas iba a ser el capitán. Hasta Tevez dijo que estaba de acuerdo. Cabañas jugaba con la 10 y Carlitos con la 9, y eran los primeros en llegar y los últimos en irse de cada entrenamiento. En ese equipo también estaba Yair Rodríguez, que debutó en la primera de Independiente en 2003.

TRAVESURAS DE GUACHÍN

Se puteaban adentro pero afuera eran los más amigos. Segundo, el papá de Tevez, los llevaba a los dos en un Fiat 128 que ni el gitano más garca podría vender. Y era el que le compraba las cosas: la ropa, los botines, la gaseosa después de entrenar…

Una vez se pelaron a las piñas para manejar una motito Zanella del hermano de Carlitos, y al rato ya eran amigos de vuelta. Eran de tirarles bombitas de agua a los colectivos que pasaban por Jonte y de dejar petardos en la puerta del cabaret de la calle Gualeguaychú. Ya de más grandes iban a entrenar todos juntos en el 135. Viajaban con delantales blancos para pagar 5 centavos el boleto escolar.

-En All Boys tuvo un problema con otro pibe, y al otro día cayó al club con un fierro. El delegado le gritó: “¿Estás loco, cómo vas a venir con un arma?”. Ya era pillo de chiquito. Yo sabía que andaba robando ya a los 12, 13”, recuerda Carlitos Pérez desde Esquel.

Soñó con tener unos botines blancos. Su familia nunca pudo comprárselos, por eso fue y pintó con Liquid Paper sus Puma negros. Se los cambió a un colombiano que, a los primeros bombazos, notó que la pintura se iba con la pelota. Fue en Argentinos Juniors.

-Creo que le faltó un papá para llegar, alguien que lo acompañara en esto -dice Pino Hernández-. La familia, la junta influye mucho. Se nos van un montón de pibes por la droga. Más allá de que el fútbol sea una vía de escape, después vuelven a sus barrios.

Lo buscaron de Boca y River, pero él prefirió Vélez porque decía que era el club que más jugadores sacaba de inferiores. Lo bancaron, lo iban a buscar al barrio cuando faltaba y él se escondía. Le perdonaron muchas. Hasta que se robó un bolso. Y ahí no quiso volver ni quisieron que volviera. Se habían cansado.

Marcelo dice que Cabañas en dos años hizo desastres, que no le tenía miedo a nada, que en un tiroteo mató a un policía y que le daba para robar cualquier cosa. Era malo, pero le faltó un compañero para no terminar como terminó, solo, rodeado, teniéndose que matar para que no lo mataran.

CÓDIGOS DE BARRIO

Es enero y en Fuerte Apache es como si nada; acá los vecinos no son de irse de vacaciones. Los chiquilines se la pasan de Pelopincho en Pelopincho. Un pasacalle le desea felices quince a una tal Lourdes. Dos muchachos de camisa de manga larga y pantalón de vestir toman cerveza. Los remises truchos van hasta Liniers por $1,20 por persona. Hay un monumento a la madre y un lugar de oración al Gauchito Gil. Desde los monoblocks más altos tiran algunas bombitas de agua. En las paredes se pegaron afiches: el sábado hay fiesta de cumbia colombiana en un club del barrio.

Ahí nomás está la canchita nueva de césped sintético. Serán treinta y pico de chicos corriendo detrás de una pelota que, por los colores, se parece más a una de vóley que a una de fútbol. Todos usan el pelo bien cortito.

Acá se entrena el club El Apache, que compite en FAFI, la liga más importante de baby fútbol. Se están construyendo los vestuarios; se estima que para marzo podrán jugar de local en esta canchita rodeada de edificios.

Didí -chomba amarilla, bermudas de jean y botines de baby- se acuerda que una noche lo vio llorar. Al viejo Didí le cuesta hablar de la otra etapa de Cabañas; le duele mucho, él prefiere recordarlo como jugador.

-Vino y me dijo, por Tevez: “¿Cómo mierda hizo este pelotudo para llegar y yo estoy metido en todo esto?”. Carlitos estaba en la Sub 17 y había debutado en Boca. Eso lo bajoneó mucho porque se sentía con más condiciones que él. Nos sentamos en una esquina y se me largó a llorar. Eran sus últimos meses.

El viejo muestra una foto de Cabañas con la camiseta de Vélez y los chicos preguntan quién es. Uno con la camiseta de Almagro murmura que “es Cabañas, el que jugaba mejor que Tevez”. En la canchita hay respeto. Los pibes más grandes no fuman marihuana ni toman cerveza delante de los más chicos. Tampoco permiten que en el barrio se venda pasta base.

Fue un pibe sufrido,, de andar siempre mal vestido, sin un peso, sin la compañía de sus padres. Por eso cuando creció y agarraba plata de los robos se la gastaba en oro, ropa deportiva, zapatillas con cámara de aire…

-Ya robaba para comprar droga y ropa- dice Marcelo-. Todo pibe de Ciudadela que en su infancia haya pasado por esa situación tenía los berretines de usar oro y las mejores ropas. Zapatillas de 1.000 pesos, si había. Ése es el objetivo, comprarte todo. Es porque siendo de barrio humilde a vos te da bronca que aquel puede tener lo mejor y vos no podés. Entonces decís: “yo me lo voy a buscar”. Ésa es la historia de acá.

Y las historias de acá sólo se conocen allá cuando hay gloria, fama, contratos millonarios y marcas deportivas dando vueltas. Pero los de acá prefieren ésta: saben, no dudan, que Cabañas siempre jugó mejor que Tevez. Y se sienten más identificados con su historia que con la del que triunfó. Aquella otra, dicen, que quede para el resto, para los que no son de acá.

Publicado en el Número 22 de la edición impresa de Un Caño. Febrero de 2010.